viernes, 23 de noviembre de 2012

De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona


Siquiera por mantener este blog con algunas constantes vitales, voy a ver si pergeño unos pensamientos y así lo saco un poco del estado de hibernación en el que se encuentra.

Capítulo LX
De lo que sucedió a don Quijote yendo a Barcelona (1 de 4)

[…]—No tienes de qué tener miedo, porque estos pies y piernas que tientas y no vees sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la justicia, cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que debo de estar cerca de Barcelona.
Y así era la verdad como él lo había imaginado.[…](El ingenioso caballero don Quijote de la Mancha, 2ª parte) D. Miguel de Cervantes Saavedra.

A unas horas de ver si la espuma estelada rebosa por las rendijas de las urnas y lo pone todo perdido o se queda en aguachirle maloliente en el fondo, seguimos esperando algún conato que nos indique si en esta España de forajidos, irremediablemente siempre ganan y mandan ellos o aún queda algún poso de justicia, de ley, de dignidad, de vergüenza. Esperanza, más pueril que vana, ésta de creer que la Justicia catalana, la de hoy, la de los Borbones, que no la de los Austrias o la también llamada española, si es que la hay, por defecto, va esclarecer y castigar el bandolerismo que existe en la política de los políticos catalanes, las elecciones del día 25 y este macabro circo de lanzadores de cuchillos con Parkinson y estrabismo. Si no de forma tan expeditiva como en los siglos XVI o XVII, cuando menos si disuasorio y ejemplarizante. Hoy seguramente nos faltarían árboles.
Tristes debemos estar como D. Quijote de la Mancha. Tristes por haber caído en el poder de éstos, de aquellos y de toda la casta política que expolia, tiraniza y descuartiza esta vieja patria nuestra. E igual que el insigne caballero, no tanto por saberse preso, sino por haber caído por descuido, por idealismo, por simplismo. Por estar sin freno, a pie y desarmado, estando obligado a permanecer alerta. Imperdonable fallo.
Y ya puesto a elegir entre nyerros (puercos) y cadells (cachorros de perros), antes de dar mí voto a Arturo Mas, correveidile de la ambiciosa y monótona saga Pujol, buscaría algún descendiente de aquel mítico Roque Guinart del que nos habla Cervantes. A poco que corriera por sus venas un recuerdo genético del noble bandolero, tendríamos la seguridad que no convertiría sus atracos a peregrinos, militares españoles o damas de alta alcurnia en un saqueo despiadado, sino en un una especie de peaje equitativo de su paso obligado por esas tierras. Algo es algo. 
 
Saludos y gracias por su atención.