TIC-TAC, TIC-TAC...
En esa alacena del
alma donde se pudren ilusiones y promesas, creencias y sueños, corroído todo,
por una casta política que tiene como ley el abuso del poder y como fin su
propia existencia, vamos almacenando
frustración e impotencia, traiciones y vilezas. Y es ahí, justamente ahí, en el
fondo de nuestro ser, donde se larva los odios que explotan como bomba de
racimo en el momento más insospechado, donde se inoculan los grandes rencores; es
ahí, justamente ahí donde si la sangre salta por el martirio de la opresión, la
tristeza de la depresión y el castigo de la represión, quedaríamos marcados
para la venganza –y esta vez para la eternidad— en nuestro ADN y en el de
nuestras futuras generaciones.
Llevamos décadas
cocinando el resentimiento más peligroso e imprevisible hacía esta jaez
parasitaria, apodada política y que incrustada en nuestras vidas, regula
nuestras mentes, nos esparce el pienso, y accionan el interruptor del alumbrado
que condiciona la hora en que estamos obligados a poner el huevo. Se lo están
ganando a pulso. Treinta y siete años de democracia y los sobres sepias y
blancos de las urnas de metacrilato sólo
les interesa para su recuento y para validar el reparto del botín. Por
lo demás, son podredumbre. No les interesan. En todo caso, sólo el de la mordida,
que tiene el erótico olor del dinero fresco y el tufo a sudor de riñones ajenos.
Tanto están exprimiendo a la sociedad de nómina y facturas;
de módulos y pagarés; de pensión y penurias, que una inmensa bomba de relojería rueda entre
sus impecables perniles y sus pomposos culos. En su vanagloria, en su jactancia,
pueden hacer oídos sordos al torturador tic-tac, tic-tac. No importa. Éste
seguirá machacón e inexorable a la espera del chasquido que haga volar toda
esta mierda disecada y protegida, y a la fresca que nos pueda enfangar en un
futuro que huele aún peor que el pasado y el presente.
Si alguien piensa
que esto es pura retórica, apología de mitos recurrentes, demagogia fácil para
trasnochados… que salga a la calle y converse con sus amigos. Que vaya al mercado
y afinen el oído entre los comentarios de la gente. Que se dé un paseo por las
oficinas del INEM y mire a los ojos de los que aguardan cola. Y si no que siga
pensando que como los estadios de fútbol se llenan, las grandes superficies se
atiborran o el share de las televisiones aumenta de forma masiva, no hay motivo
de alarma. No hay indigencia endémica; no se acaban los ranchos en los
comedores de Cáritas; no existen cientos de miles de hipotecados que mal viven asfixiados
entre el acoso del banco, los recibos de la luz, el agua, la basura, el teléfono,
el IBI, todos los impuestos directos e indirectos, los espaguetis de hoy y las
lentejas de mañana; no habitan las calles seis millones de parados aguantando
el genio y las ideas. Sobre todo las malas.
¡Qué va!
Saludos y gracias por su antención.