Jordi Pujol i Soley tiene prisa.
Los años se le vienen encima y la parca inexorable ronda sus noches en vela; su
sombra le cubre imperativa sus días de recuentos y arqueos. El balance, hasta
este momento, es inmejorable: esconde, sabiamente colocado y a buen recaudo, un
capital que ya no llega a calcular; tiene a su prole apostada con poder
financiero y político para varias generaciones; los favores a personajes de
altos vuelos, a acróbatas de dudosas piruetas y a medios y bajos comediantes de
todo lugar y estamentos son millares, elementos todos, que ni en varias vidas
le devolverán lo recibido. Y sobre todo, mantiene al pueblo catalán
hipnotizado, por el tic-tac de un péndulo que repite, repite, repite
machaconamente eslóganes narcisistas; un pueblo que ya sumiso por convicción y
por imposición le guardará su inmensa fortuna y le pondrá bajos sus pies una
fabulosa masía con bandera, lengua e himno. Un pueblo o su gran mayoría, que no
sé si daría la vida, por la onírica independencia que le han imbuido, pero
seguro que sí está dispuesto a enterrarse en vida. Así que, ahora o nunca.
Artur Mas es el edecán elegido por
el virrey Pujol para culminar el trabajo sucio de décadas, para lanzar la honda
y achuchar a los perros sobre la gran manada lanar y gregaria; para conducir el
rebaño a la última majada, al último cubil antes de esquilarlos para que su
lana les sirva de abrigo, de auxilio, de patrocinio y amparo. Para que la manida nave con bandera pirata se
pueda resguardar de vientos peligrosos que puedan poner en peligro su
cargamento de latrocinios, su atiborrado tesoro de iniquidades, corrupciones y diabólicas
artes. Sí, acertó el patriarca perjuro, su señora y toda su descendencia: Artur
Mas, es el hombre. El leguleyo idóneo que por la misma paga vendería patriotismo
convenido y servil, como sería un xenófilo empedernido, un desaforado defensor
de lo extranjero.
Así, que ahora o nunca. Sabe de
sobra este tahúr de la “Catalonia, grand casino corporatión” que juega con los
cuatro ases de la baraja y el comodín. Si, antes del 9 de noviembre fuese
detenido por una pareja de la guardia civil, se convertiría en un protomártir,
en un héroe, en el líder indiscutible al que la muchedumbre enardecida sacaría a
empellones de las garras de la puta España. Si llegada la azarosa fecha, y el
Gobierno de España pone los medios para que no se celebre el ominoso plebiscito,
el victimismo se convertiría en violencia y la represión consecuente, en un enfrentamiento
bélico. Si, Rajoy (y su mentor) optarán por aplicar el artículo 155 de la maltratada
Constitución española, tendrían que declarar el estado de sitio y sacar los
tanques a la calle.
No cabe duda, es tarde para
todo. No sé si viviremos una vez más “la noche de los transistores” Pero quiero
creer que a nuevo Rey, nuevo discurso.
Ahora o nunca.