El derecho a
decidir. El derecho a decidir de un pueblo, así, dicho así, dejándose caer en
la palabra pueblo. “Poble” si es posible, que en catalán suena más fuerte, más
categórico, más rotundo el vocablo y el lema; enfatizando la pronunciación de sus dos
silabas gordas y sonoras. Po, como onomatopeya, como si pronunciaras el
recurrente rio de los crucigramas; y ble,
dándole un toque explosivo de pompa de chicle que haces reventar al salir de
tus labios. Parece una simpleza, pero es esencial para llegar al corazón del eslogan
y al de la gente.
Como siempre, se
trata de seducir con un pensamiento conciso, una proposición de alto contenido
emotivo encerrado en una frase de apenas tres, cuatro palabras que no den pie a
muchas interpretaciones más allá de lo que se pretende. Un objetivo claro: que
el individuo se identifique de forma rápida e instintiva con virtudes
incuestionables. En este caso: libertad, derecho y patriotismo. Bello, ¿Eh? Pues
ahí está el genial colofón a no sé cuantas décadas de campaña narcisista.
Germinando flores contrahechas en los cerebros catalanes y pingües beneficios para
los bolsillos de sus jardineros.
Ya se han exprimido
hasta la extenuación todos los recursos, todos los argumentos que la vieja
España, por historias pretéritas y contemporáneas, daba gratis para vender la progresía
imperante y distanciarse del español cavernícola y del retrogrado españolismo.
Ahora, agotada la
cruzada contra el fascismo franquista; rematada la acción contra el añoso y siempre
claudicante clero; negada las españolísimas corridas de toros y cualquier otro símbolo
que lo recuerde; encausada la causa de la pringosa Constitución; habiendo
dejado claro el expolio que Cataluña ha sufrido a mano de la casposa España;
superada la rivalidad entre la detestable lengua castellana y el idioma doméstico,
por extirpación de la primera e imposición de la segunda; demostrado que el
Barça es algo más que un club; impresionados todos por el coeficiente
intelectual de sus políticos, sus allegados y familiares, por su virtud y por
su honradez, es llegada la hora.
No cabe demora. Al
presente, con el ego del personal pletórico en autoestima y un sentimiento de
superioridad inigualable al común de sus vecinos por todos los puntos
cardinales, menos por uno, es el momento idóneo para tirarte el rentoy definitivo.
La caja, las cajas fuertes están atiborradas y es hora de echar el cerrojo a
éstas y darles a los paisanos que han de cuidarlas, que opten entre ser un
señor catalán o un hijo puta español. Quizás, algunos, los menos que aun dudan,
odiarán la impertinente y cruel pregunta
que les obligue a elegir entre mamá y papá. Tal vez, sólo por ellos, merecería mandar
al Palacio de la Generalidad de Cataluña, a un sargento y unos números de la
Guardia Civil y recordarle a Mariano Rajoy aquello de que España está, estuvo,
en almoneda, (SIC)