EJEMPLO: EL HERMANO FULGENCIO
ANDRÉS
En fila de dos en dos acudíamos
todos los domingos a misa. Una serpentina de críos unía el colegio de la Salle
con la vecina Parroquia de San Joaquín. Y en esta entrañable iglesia, muchos años
después, algunos de aquellos niños nos volvimos a reunir. Esta vez, en oración
por el alma del Hermano Fulgencio Andrés y, como brisa de aire dulce, como haz
de luz que se colara a través de las celosías, la misma alegría infantil de
aquellos años se apoderó de nuestro ser, quizá porque el grato recuerdo de
entonces, irá siempre acompañado de la figura de este hombre bueno; quizá
porque el Hermano director, desde el cielo, entre acordes de su viejo armonio,
como siempre hizo, nos sigue infundiendo el mismo ánimo de bondad y paz
interior. Quizá porque el agradecimiento sólo se puede dar desde un corazón
feliz. Felicidad y gratitud que se siente al saberse marcado con el estigma de
una educación maravillosa, recibida a manos de Fulgencio y de toda una
Congregación entregada, por encima de todo, a la forja de hombres.
Con él, con su mirada vivaz y su
sonrisa afable, se van los últimos vestigios de una época, de un tiempo en el
que había gente capaz de entregar una vida entera a la labor de una vocación
sin esperar nada a cambio, con el Hermano Fulgencio se muere el hombre, pero
queda el ejemplo del altruismo personificado; queda la obra: ciento, miles de
alumnos, que tal vez fuimos los últimos en tener la suerte, de alborotando
alrededor de unas sotanas, educarnos, criarnos al socaire de una enseñanza, de
unos principios idealistas.
Te rogamos Hermano Fulgencio,
que cuando veas, allá en el cielo, a San Juan Bautista de la Salle, le digas
que aquí apenas quedan niños que acudan al colegio con alegría, que lo
consideren su segundo hogar; que tienen muy pocos amigos entre sus maestros y,
que son muy pocas las veces que les escuchan hablar de moral y de ética, ni del
bien y el mal, ni del amor y el odio, ni de valor humano alguno, ni del hombre,
ni de Dios. Que las barritas de regaliz que vosotros nos dabais se han
convertido en “mierda” alucinógena que destrozan el cerebro y aniquilan la
voluntad. Dile, por favor, que queremos volver a ver, a lo largo y ancho de
esta tierra, como se renueva el germen con tu ejemplo y el de tantos otros
Hermanos de las Escuelas Cristianas.
Hace ya bastantes años escribí
estas líneas en un intento de agradecer al Hermano Blas García Mena (Hno.
Fulgencio Andrés) en particular y a la comunidad de Hermanos de la Salle, en
general, su impagable labor como maestros de escuela.
Díganme: ¿Tiene la juventud de
hoy el mismo sentimiento de agradecimiento por sus educadores?
Saludos y gracias por su atención.