Despreciable
Dolors Miquel, no eres la primera en profanar una Oración Católica, en ensuciar
sus renglones con baba obscena e hiel hedionda. Te falta talento pero te sobra
putrefacto odio. Has recurrido al plagio, a una vulgar imitación, a un remedo ramplón
del “padre nuestro” que defecó una tal Emma Revirola, que no sé, ni me interesa,
en qué infierno pervive a fuego lento a estas horas.
Fue
a finales de 2010. Se lo dije a esta malnacida y te lo repito a ti, poetisa de
mierda.
Has
nacido vampira, chupóptera, chiripera dirían los entendidos. Serías capaz de
succionar sangre y semen a un tiempo; serías capaz de traicionar a tu padre y
vender a tu madre; serías capaz de la más ruin mezquindad por las miserables
treinta monedas que sustenten los caprichos del rufián que ensucia tus bragas.
Eres la Judas Iscariote que siempre existirá, eres su espectro, eres su
premonición hecha castigo; eres la viva advertencia inmoral y repugnante que
siempre padeceremos; eres lo que eres, lamentablemente real, como el árbol que
te espera para que cuelgues tus carnes tolendas en el eterno prostíbulo de tu
existencia. La rama firme de la verdad eterna sostendrá la soga que cimbreará
tu nauseabundo ser y tu asqueroso sexo. Hasta las piedras se apartarán cuando
te mees patas abajo.
A
Él, a mi Dios, al Hijo del Hombre, al Divino Maestro, todas las mujeres lo
adoraron, con pasión, con un amor sincero y desmedido. Todas. Sin excepción.
Lloraron sus pecados a Sus Pies, creyeron ciegamente en Su Palabra, y le
siguieron hasta la Cruz, y más allá de aquel Calvario y de los que hubo de
venir. Mujeres auténticas cargadas de Su Amor, y de Su Dolor, conscientes que
siempre existirán piltrafas como tú que no dudan en ultrajar la más excelsa
oración para erigirse en vara alta, en hipócrita dignidad con la que fustigar
viejos vicios de la vieja humanidad. Vil farsante, tramoyista que manosea las
eternas debilidades del prójimo y ocultan en sus entrañas bilis, rencor,
resentimiento y crueldad, mucha crueldad y ningún escrúpulo.
Solo
siete deseos, siete anhelos, siete ruegos. Todos te los ha de dar ÉL, Su Padre
y el mío, aquí, en la tierra y en el cielo. Nadie puede interceder entre tú y
Él. Y a nadie puedes interponer entre tu venganza y Su Voluntad. Y te dará
ocasión para que vuelvas a ofenderlo, y a sus gente, y volverá a perdonarte. Aunque
tú no tengas en ningún átomo de tu alma el más mínimo atisbo de esa capacidad
que al género humano lo hace noble, distinto, grandioso, hijos de Dios. El
perdón.
Y
es más, no nos dejará caer en la tentación de volver a leeros. Nos librará del
mal de fatuas, chapuceras, arrabaleras y pájaras que pululáis por el averno de
la envidia, el recalcitrante resentimiento y la más ignominiosa inmoralidad. Sucias.
Saludos y gracias por su atención.