Se
acerca la hora mágica. Y los recuerdos de esta noche misteriosa, única capaz de
perturbar el sueño sereno y dulce de un niño, permanece indeleble en el seno de
los momentos felices que tu destino te ha concedido. Cuando aún eres pequeño, tan pequeño que no
necesitas de fantasías, sino de la verdad que mamá te cuenta, el sueño no puede
contigo. Y con la última advertencia—sino duermes no vendrán los Reyes Magos—cierra
los ojos con fuerza, pero abres los oídos de par en par. El más leve ruido será
sospechoso: –ya están aquí musitas a oscuras sin moverte hasta que feliz te
duermes sin darte cuenta.
Cuando
la duda es superior a la certeza, te levantas, vas al baño y con disimulo te
cercioras que los bultos están donde el año anterior. Y sin hacer ruido vuelves
a la cama hasta que la impaciencia te lleva a la habitación de tus padres para
comunicarles con cierta candidez, que ya han venido. Así, con cierto disimulo
porque no quieres romper el misterio de la inocencia que ellos intentan que
permanezca en ti el máximo de tiempo posible y tú no quieres que se te escape.
Cuando
ya te convierte en cómplice con tus padres, aún, a estas horas, te ronroneará
el gusanillo antes de conciliar el sueño: --¿me habrán comprado lo imposible?,
seguro y, feliz te tapas hasta las orejas.
Cuando
llevas años reviviendo en tus hijos lo que tú sentiste y hogaño en tus nietos,
a estas horas, te vas al tálamo a esperar a tu santa “contraria”, que ha
envuelto el último paquete, ha puesto el último nombre y ha sido un año más,
feliz como una enana. Nada importa que dentro de los papales de colores haya
mucho o poco. Hay con toda seguridad mucho amor y unos momentos indescriptibles
de felicidad. Y si hay algo más, pues tampoco importa, Dios proveerá. Y es que
quizás, en este mágico día, sea la primera vez en nuestra vida que aprendernos a
distinguir valor y precio.
Que
seáis todos enormemente FELIZ. Con o sin sorpresa.
Saludos y gracias por su atención.