Mi tía Carmen, mejor dicho: Sor Concepción, profesó más de 50 años en Las Capuchinas, hasta su muerte. Cuando acudíamos al locutorio, nos atendía con un velo que cubría su cara; nos separaba una doble reja y entre ambas un gran velo morado. No podíamos acercarnos sin cuidado, porque la parte exterior, la que daba al lado de los visitantes, tenía unos temibles y amenazantes pinchos. Cuando la tela desapareció de entre los barrotes, y descubrió su sonrosado rostro, unos vivaces ojos azules apenas parpadeaban, creo que entre la alegría, el asombro y cierto pudor aún latente tras tantos años oculta al mundo.
Voluntariamente, pero… ¿a esa mentalidad queremos volver? ¿Esa cultura es la que debe exhibirse entre nuestra sociedad, entre nuestra juventud?
El velo que se colocan las musulmanas, no son tales velos: son unos pañuelos, con un modo peculiar de cubrir toda la cabeza y que termina envolviendo el cuello. Tienen unos colores determinados, su colocación forma parte de una liturgia, su estilo un rito. De ahí a la Hiyab y al burka es cuestión de tiempo y algunas revueltas. Si mucho me apuras, de un par de guerras.
Cómo hombre hago lo que puedo. Pero si fuera mujer mi pelea no tendría descanso; y si fuera madre de alguna mocita, arañaría al que pretendiera colocarle a mi hija, no el jodido pañuelo, sino simplemente la idea de que ha de defender la libertad de quienes pretenden quitármela a mí.
Pensadlo bien, vosotras que lo usáis cómo una moda, jovencitas que por puro esnobismo os vais al instituto de esa guisa. Si seguís por ese camino, si seguís defendiendo modos y costumbres arcaicas, retrogradas, pero que creemos felizmente superadas por este lado del mundo, no os quepa dudas: llegará el momento que no os lo podréis quitar. Ni el velo, ni la esclavitud, ni la asquerosa mano del que hoy sigue imponiendo su voluntad.
No seáis tontas, no se trata de la libertad de ellos, se trata de defender la nuestra. Ha costado siglos llegar hasta aquí y no debemos permitir que nadie a nuestro lado vaya minando lo logrado. Si quieren vivir entre nosotros, que no confundan a nadie, y menos a tus hermanas más pequeñas con ejemplos denigrantes y de humillación para la mujer.
Creo que en Occidente, la libertad no es una norma, ni una ley, ni una formula, ni una gracia prestada, ni un favor que otros te conceden. Entendemos que es un derecho inherente al ser humano y toda acción política debe tener como objeto su protección y uso en la legalidad establecida. Parece obvio.
Pero me pregunto:
¿Al Medievo, por la libertad?. Tú misma.
Saludos y gracias a todos.
Saludos y gracias a todos.
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