Y ¡qué suerte han tenido, Señor!
para perpetrar sus perversos retruécanos. Han contado con un mundo de armas
letales, inimaginables en los anales de la historia, ¡Qué mal hadada
coincidencia!; han dispuesto a su antojo de la proliferación de las
televisiones a todo color y las radios de bolsillo; el cine subvencionado, la
PlayStation, todo un mundo virtual, los dibujitos animados y, ¿y?... y una
guerra civil útil y dúctil. No hay serial, película, novela, concurso, tertulia
radiofónica o televisada, libro, TBO o periódico que no se utilice para
fomentar de forma descarada o subliminal el victimismo de unos y la
criminalización de otros. ¡Madre mía, qué suerte y qué fácil se lo han puesto!
¿Cuándo decidirán olvidar, aunque no perdonen? (Nunca mientras haya reparación,
es decir tajada)
<<Sígueme, y deja que los
muertos entierren a sus muertos>> (Mateo, 8:22).
Pues eso he decidido yo, seguir
a Cristo, al amor, al perdón, al olvido, a la concordia. Porque, estoy
convencido, que ha de poder más en mí, el sentido común, la asimilación de la
historia, la superación de los agravios comparativos..., que el pus de las heridas.
No me lo repitáis, lo sé. Soy consciente que la casta política, sobre todo la
otrora defenestrada, y ahora emergente y poderosa, sigue muerta. Muerta en
valores, en moral, en humanidad, en generosidad, en cariño, en amistad. Sigue
muerta y podrida, inoculando en el personal odio, rencor y venganza; pasiones
que históricamente han utilizado magistralmente en beneficio propio y ahora,
como siempre, escupen para contagiar a todo el que este bajo en defensas
anti-goebbelianas. Esto es así, porque así nos lo demuestran a diario sus
actos, sus leyes y sus discursos. Pero sabed una cosa: aunque creáis que me
tenéis pisado con vuestra podrida bota, todavía hay aquí un hombre libre,
español y cristiano, capaz de abrazar a mi patria, por encima de tanto veneno.
Porque... ¿sabéis?, mis padres
eran humildes trabajadores que sufrieron en los prolegómenos de la maldita
guerra, hambre, abusos, cacicadas, y asesinatos de unos y de otros; con la
monarquía, con la dictadura, con la república y con cualquier política de
aquellos sanguinarios años. Y los fusiles y las bombas les trajeron más dolor,
más sufrimiento, más hambre, más abusos, más cacicadas... y más fe en Dios.
Así, cuando se hizo el silencio, y los
tiros dejaron de silbar por las calles y miraron a su alrededor y, vieron las ruinas y el escombro y el hambre y
la desolación que les rodeaba, tres puñetas les importó quién pegó el primer
tiro, quién mato primero a quién y tan siquiera, ¿por qué?. Sólo fuerza y entereza para
conservar y levantar a sus hijos podían pedir, a su Dios, a nadie más. Y por
eso, por respeto a ellos y a tantos como ellos, a tanto sacrificio y mal vivir,
tengo que cerrar los ojos y taparme los oídos para de alguna forma, protegerme
de tanta vileza, de tanta manipulación, uso y abuso del dolor y el sufrimiento
que padecieron nuestros mayores en una clara, repugnante y calculada maniobra
política. Yo, que hice la primera comunión, poco más o menos, en los famosos
tiempos de los “veinticinco años de paz” y viví mi juventud, dicen que en una
horrorosa dictadura, ni por educación ni por creencia religiosa, me puedo
permitir entrar en esta cobarde provocación, porque España es un inmenso osario
que merece honor, respeto y perdón por igual.
Los españoles, no hemos tenido
tregua. Nunca. Nos hemos tenido que acostumbrar a convivir y padecer con el
insidioso recuerdo de la guerra civil española año tras años. Hemos tenido que
asimilar y dosificar los temores del terrorífico fantasma del 18 de Julio de
1936. Inculcados cruel y tercamente, desde que Felipe González se sentó en los
bancos azules. Bajo la apariencia de inofensivas reparaciones de afrentas
caducadas, se han despertado odios de un pasado que duerme en los archivos de la
historia hace ya setenta y nueve (79) años.
Saludos y gracias por su atención.
4 comentarios:
Magistral, atinada, tu reflexión, que comparto de cruz a fecha, mi querido amigo.
Gracias gran Wolfson.
Un amigo mío -que hace ya tiempo dejó de creer en los hombres- me dijo un día que en una ocasión mientras rezaba pensó en Dios y le dijo:" Sólo me quedas Tú, Señor" y sintió en su oído como una voz que le decía : "¿y te parece poco?" Pues eso, mientras nos quede Dios podemos estar seguros de que nos acompañará la esperanza.
Cierto, Javier, muy cierto.
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