FELIPE VI. CORONACIÓN
El célebre aforismo, el Rey
reina pero no gobierna, es un apotegma feliz e ingenioso, un oportuno hallazgo
que una ilustre pluma dejó escrito para elevar la ambigüedad a la calidad de
máxima irrefutable. (“En mi casa mando yo, pero las decisiones la toma mi
mujer”, dice Woody Allen en un actual spot publicitario)
De acuerdo, el Rey reina pero no
gobierna, pero difícil lo tiene si ha de guardar y hacer guardar la
Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las
Comunidades Autónomas, si, como usted y como yo, ejerce de mero ciudadano. De
acuerdo, se le inviste de Capitán General de las Fuerzas Armadas solo como
símbolo, pero mal lo tiene, si llegado otro 23F, no tiene autoridad suficiente
para ordenar a sus generales lo que fuere pertinente. De acuerdo, el Gobierno
tiene la obligación de infórmale de sus decisiones semanalmente, en invierno,
en verano y en las cuatro estaciones del año solo como protocolo, pero inútil
pantomima si no puede sugerir ni una coma. De acuerdo, el Rey sanciona leyes, es
el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el
funcionamiento regular de las instituciones… y cuantas obligaciones y derechos
le otorgue la Constitución, pero preocupa, porque el Rey que reina pero no
gobierna, que es Jefe de Estado, pero “estados quedo majestad”; que da con
brazo laso, fuerza de ley a una disposición, no es un humano de carne y hueso,
de alma y corazón. No señor. Es un
tampón de caucho que sanciona leyes, que manda
y ordena su cumplimiento; es una especie de mamut, que levanta o baja su regia
patita a la orden de un Gobierno, aunque éste le mande pisar la cabeza de la
chica que se puso, confiada, bajo su mole. No, no es un humano absolutamente
consciente de sus actos. Su Majestad es un mero trámite que se debe a cualquier
aberración o no, que le presenten a la firma la imperante casta política de
turno.
¡¡ Vamos, anda ya!!
España es monárquica,
rotundamente monárquica. Como Católica. Y yo diría que por el mismo
sentimiento, y por la misma razón. Por siglos de historia, por su cultura
milenaria, por el estigma de su única religión. Necesita en lo más íntimo de su ser contar con
la esperanza de un poder absoluto que lo libere en el último minuto de la gran
hecatombe, del desasosiego al que día a día se ve abocado; y de un Ser Supremo
que lo lleve al cielo. Aunque a ambos invoque y en ninguno crea.
Los conatos de republicanismo
que han aparecido al olor del cadáver de la corona de Juan Carlos I, han sido
los clásicos de siempre, los viejos cuervos de la izquierda rancia y caduca,
los que quieren hacer creer a las gente sencilla y noble, que la república es
sinónimo de comunismo, socialismo, secesionismo y democracia; los que atacan
cuando ven a su víctima débil, moribunda. Sin embargo, los que en rigor
ambicionan una república como sistema de Gobierno y de Estado, conocedores de sus
pros y sus contras, de sus luces y sus sombras, pero conscientes de sus
posibilidades como opción en el mundo de la ciencia política, ni se han
molestado.
No se puede negar lo evidente. Al
cabo, no es bueno. Para bien o para mal,
deberíamos admitir el peso incuestionable de la corona (aligerada o no) sin
intentar aliviar su enorme responsabilidad con subterfugios semánticos para autocomplacencia de la barbaridad que mandamos y podemos. Al pan,
pan y al vino, vino.
Saludos y gracias por su atención.
2 comentarios:
Mi problema es que no sé que soy a ciencia cierta. En absoluto soy monarquico por las mismas razones que tu expones, pero tampoco me integro en una republica comunista trasnochada. Lo que tengo claro es que con la que nos está cayendo no es el momento de aventuras.
Casualmente ayer me comentaste algo sobre esto. Lo voy a digerir con tranquilidad y ya te comentare. En principio te dije no estar de acuerdo con tus hipótesis, pero como el tema lleva espoleta, habrá que mensurarlo en profundidad.-
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