La Misión, película con guion y
argumento basado en la vida del sacerdote jesuita, misionero y escritor peruano
Antonio Ruiz de Montoya, es sin duda una obra maestra de la industria del cine;
y una muestra bastante fidedigna de la labor que la Orden fundada por S.
Ignacio de Loyola ha venido realizando por estos mundos de Dios que monopolizan
los hombres.
Se podrá ser furibundo agnóstico
o fervoroso católico, pero lo que no cabe duda, es que para hacer una sinopsis que
trate el argumento de esta obra con cierta objetividad, hay que intentar
abstraerse de sentimientos y prejuicios más o menos arraigados en nuestra
mentalidad por formación y educación, en un sentido u otro. Ardua tarea ésta
siempre, en lo cotidiano, en lo sencillo y en ir y venir de la vida diaria. Así
máxime, cuando pretendemos enjuiciar hechos históricos y comportamientos
culturales de otras épocas o de las contemporáneas.
Se desarrollan los
acontecimientos de este relato en los alrededores de las cataratas de Iguazú,
situada entre Argentina y Brasil, donde los jesuitas trataban de cristianizar a
los indios guaraníes recogidos de la selva en una misión de la Compañía. Y hay
que reconocer, que con gran éxito. Allí y en todo lugar, habría que convenir. Si
bien, unos dirán que por candidez de los indígenas y argucia de los sacerdotes.
Pero lo que se desprende de todos los testimonios, es incuestionable: cualquier
contingencia en este empeño, repercutiría siempre en detrimento de los padres
jesuitas. Sin embargo, por principios y por norma de conducta han llegados
estos frailes y los de otras Órdenes Religiosas a los más intrincados lugares
del planeta, sin violencias, sin amenazas. Dado, entre otras razones, porque la Iglesia
entendía que el derecho a la predicación del Evangelio no suponía la conformidad
forzada del mismo, y siempre defendió y buscó la aceptación libre y voluntaria.
Buscaban, integrándose primero en su mundo y enseñándoles después lo que sabían
y creían: su fe. Fe por la que no les ha importado, a lo largo de la historia,
perder sus vidas, unas veces a manos de sus propios prosélitos, y las más por
los poderes político o militares. O ambos al unísono. Sólo una incomprensible
locura puede conducir a algunas personas elegidas para tratar de infundir en
los demás su filosofía idealista y su fe cristiana a riesgo de una muerte casi
segura a cambio de nada, por altruismo, por una absoluta convicción en su Dios
y su mensaje.
Los indígenas, acosados,
perseguidos y cazados por mercenarios para su venta en el mercado de esclavos,
dan muerte a varios de estos misioneros entre el miedo y la autodefensa.
Desencadenante del nudo de esta obra.
A la misión vuelve el padre
Gabriel con un oboe y una biblia para retomar de nuevo su labor de
evangelización, e instruirlos en las técnicas y el uso de herramientas para la
agricultura, la música, etc. En definitiva acercarlos a la cultura europea. Además
de protegerlos de los tratantes de esclavos. Que a pesar de estar abolida esta
práctica por Pontífices y la Ley de Indias que dictaron los reyes de España
desde los tiempos del emperador Carlos V, se ejercitaba, por interese espurios,
de forma impune por viejos militares españoles y portugueses. Contubernio que
reportaba pingües beneficios entre los caciques de la zona.
Aquí entra en liza el personaje
que más simbolismos representa: el capitán Rodrigo Mendoza, militar,
pendenciero y cazador arbitrario de indios. Tras dar muerte a su hermano en un
duelo ocasionado por haberle arrebato éste la amante, entra en una depresión
moral, espiritual y física. Cuando los remordimientos están a punto de hundirlo
definitivamente, el padre Gabriel le ofrece una oportunidad: volverse con él a
la reducción a modo de penitencia y consuelo. Admite el reto y previene al
padre de su posible fracaso en el intento.
Arrastrando un voluminoso y
pesado hato emprende la marcha hacia la desembocadura del Rio de la Plata,
hasta donde rompe la gran cascada y junto a ella, la empinada, temible y
enriscada cortada que sirve de acceso a la altiplanicie. Sólo, sin admitir la
más mínima ayuda, inicia la subida jugándose la vida a cada pocos metros
conseguidos. Sobre sus hombros sujeta la soga de la que cuelga parte de su
vida: su silla de montar, su armadura, sus pistolas, sus espadas. Pesada carga
que le ha acompañado durante muchos, muchos años y ahora lo quiere empujar al
vacío, al abismo. El pundonor de la hidalguía española, el arresto del soldado
y el deseo ferviente de hacerse perdonar por Dios y los hombres, le llevan
exhausto a la cima. Los indios guaraníes que ha contemplado el corazón puesto
en la gesta del traficante de esclavos, perdonan a su verdugo y cortan las
ataduras dejando caer al fondo del rio su pasado de violencias y amarguras.
Paradójicamente no pasaría mucho
tiempo, sin tener que romper su propósito. Decisiones de ambiciones políticas y
acuerdos de intereses entre España y Portugal le condicionan a abandonar la
misión; y a los padres y hermanos jesuitas en la disyuntiva de irse o ponerse
junto a los nativos para su defensa. No hay lugar a dudas, la protección es la
única decisión coherente con sus principios, espirituales y morales. Y desde
dos frentes, el espiritual y cristiano representado por el padre Gabriel, y el
militar y violento personificado por el capitán Rodrigo Mendoza, junto al resto
de la misión, se enfrentan en un holocausto a las fuerzas infinitamente
superiores de los ejércitos portugueses.
--“Vuestra Santidad el pequeño
asunto que me trajo aquí, al más lejano confín de la tierra, está ya resuelto.
Y los indios están libres de nuevo para ser esclavizados por los pobladores
españoles y portugueses… Creo que este no es el tono adecuado”… Le traiciona al Nuncio el subconsciente en
estas palabras iniciales. Al punto que rectifica radicalmente su misiva al Papa
y le da un enfoque más conforme con la filosofía de la iglesia católica y la
hipocresía de las monarquías dominantes. Todos conscientes que la verdad
aparente, encierra una mentira soslayada.
…”Así pues Vuestra Santidad
ahora vuestros sacerdotes están muertos y yo sigo vivo. Pero en verdad soy yo
quien ha muerto y ellos los que viven. Porque como ocurre siempre el espíritu
de los muertos, sobreviven en la memoria de los vivos”.
Saludos y gracias por su atención.
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