
Hace algún tiempo hube
de ir a un Notario. En la salita de espera que estuve mientras llegaba mi
turno, vi uno de esos azulejos con greca y leyenda, decía así: AQUÍ VIVE UN
NOTARIO, categórico, arrogante, ennoblecedor, teológico, exultante relucía
colgado en un lugar prominente de la pared, resultaba obligado verlo. Este hombre
–-me dije—está noblemente orgulloso de su profesión y de la rectitud con que ha
de conducir su vida para ejercerla. Nos
avisa que su condición de Notario es garantía de honradez y lealtad, de hombre
y señor. ¿Tendrá Mariano Rajoy, como Registrador de la Propiedad o Notario otro
azulejo parecido en el vestíbulo de su casa?, me pregunté.
Ni en el vestíbulo, ni
en lugar alguno de su casa. Creo que saco las oposiciones muy joven y no ha
ejercido como tal nunca. La que ejerce de siempre, es la profesión de político
en España, y ésta no engrandece el espíritu, no motiva para andar presumiendo
de virtudes reservadas para hombres y señores.
A las pruebas me remito. Ahí le tenemos. De Presidente del Gobierno. ¿Y
qué…? pues nada, que ahora toda esta casta de políticos, mandamases y
vividores, siguen y seguirán disfrutando de sus holgadísimos sueldos, de sus
tarjetas de todos los colores, de sus gratis total, de sus innumerables
ventajas y prerrogativas, entre lisonjas y parabienes, mientras el pueblo
sencillo y trabajador camina engañado y traicionado, como oveja al esquileo y
al matadero. Como siempre.
Me he hecho mayor de crisis en crisis; se me
han pasado los años entre De la Rosas, Albertos, Bárcenas y Chaves & Chaves,
ERE’s y un largo etcétera. ¿Y qué? Tú a trabajar, a pagar y a callar. Sin
pasarte, sin equivocarte, sin descanso; en paz con la “olla grande”, con la
hipoteca y con el padre de Aido que trabaja en la Diputación.
No hay forma.
Parece que para integrarse en la vida política, es
preciso confundir verbo y predicado; valor y precio; amor y sexo; mandarín y
mandatario; público y privado; tuyo y mío; patria y patricios, etc. etc., se
trata de reconvertir e invertir valores y principios en un batiburrillo y además,
hacer bandera de ello. Es una cuestión de genes, creo yo. Aquella persona
decente, honrada y cabal que algún desdichado día decidió entrar en política,
puso su vida en el pretil de una profunda y pestilente zahúrda. Y el que no
resbaló está a punto.
Saludos y gracias por su atención.