sábado, 28 de junio de 2014

25 de Mayo elecciones europeas. Felipe VI, año I.



FELIPE VI. CORONACIÓN

El célebre aforismo, el Rey reina pero no gobierna, es un apotegma feliz e ingenioso, un oportuno hallazgo que una ilustre pluma dejó escrito para elevar la ambigüedad a la calidad de máxima irrefutable. (“En mi casa mando yo, pero las decisiones la toma mi mujer”, dice Woody Allen en un actual spot publicitario)
De acuerdo, el Rey reina pero no gobierna, pero difícil lo tiene si ha de guardar y hacer guardar la Constitución y las leyes y respetar los derechos de los ciudadanos y de las Comunidades Autónomas, si, como usted y como yo, ejerce de mero ciudadano. De acuerdo, se le inviste de Capitán General de las Fuerzas Armadas solo como símbolo, pero mal lo tiene, si llegado otro 23F, no tiene autoridad suficiente para ordenar a sus generales lo que fuere pertinente. De acuerdo, el Gobierno tiene la obligación de infórmale de sus decisiones semanalmente, en invierno, en verano y en las cuatro estaciones del año solo como protocolo, pero inútil pantomima si no puede sugerir ni una coma. De acuerdo, el Rey sanciona leyes, es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia, arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones… y cuantas obligaciones y derechos le otorgue la Constitución, pero preocupa, porque el Rey que reina pero no gobierna, que es Jefe de Estado, pero “estados quedo majestad”; que da con brazo laso, fuerza de ley a una disposición, no es un humano de carne y hueso, de alma y corazón. No señor. Es un
tampón de caucho que sanciona leyes, que manda y ordena su cumplimiento; es una especie de mamut, que levanta o baja su regia patita a la orden de un Gobierno, aunque éste le mande pisar la cabeza de la chica que se puso, confiada, bajo su mole. No, no es un humano absolutamente consciente de sus actos. Su Majestad es un mero trámite que se debe a cualquier aberración o no, que le presenten a la firma la imperante casta política de turno.
¡¡ Vamos, anda ya!!
España es monárquica, rotundamente monárquica. Como Católica. Y yo diría que por el mismo sentimiento, y por la misma razón. Por siglos de historia, por su cultura milenaria, por el estigma de su única religión.  Necesita en lo más íntimo de su ser contar con la esperanza de un poder absoluto que lo libere en el último minuto de la gran hecatombe, del desasosiego al que día a día se ve abocado; y de un Ser Supremo que lo lleve al cielo. Aunque a ambos invoque y en ninguno crea.  
 
Los conatos de republicanismo que han aparecido al olor del cadáver de la corona de Juan Carlos I, han sido los clásicos de siempre, los viejos cuervos de la izquierda rancia y caduca, los que quieren hacer creer a las gente sencilla y noble, que la república es sinónimo de comunismo, socialismo, secesionismo y democracia; los que atacan cuando ven a su víctima débil, moribunda. Sin embargo, los que en rigor ambicionan una república como sistema de Gobierno y de Estado, conocedores de sus pros y sus contras, de sus luces y sus sombras, pero conscientes de sus posibilidades como opción en el mundo de la ciencia política, ni se han molestado. 
 
No se puede negar lo evidente. Al cabo, no es bueno.  Para bien o para mal, deberíamos admitir el peso incuestionable de la corona (aligerada o no) sin intentar aliviar su enorme responsabilidad con subterfugios semánticos para autocomplacencia de la barbaridad que mandamos y podemos. Al pan, pan y al vino, vino.
 
 
Saludos y gracias por su atención.