miércoles, 13 de abril de 2011

NI YO


Aguirre reitera su "no me resigno"



Rebelado me hallo, doña Esperanza, pero desde hace treinta años. Desde que me percaté que no hay doctrina filosófica que valga para quienes manejan el mando y ordeno; desde que sé que no existen ideologías. Desde que tengo claro que es un oficio, un negocio, un modus vivendi, una inmensa olla podrida de sopón y marcha atrás, sin soltar jamás ni cuchara, ni tenedor.

Desde que vi, que para integrarse en la vida política, es preciso confundir verbo y predicado; valor y precio; amor y sexo; mandarín y mandatario; público y privado; tuyo y mío; patria y patricios, etc. etc.,

Enfrentado, desafiante y resuelto me hallo doña Esperanza para luchar contra este reconvertir e invertir valores y principios; contra este batiburrillo del que hacen bandera esa casta política de extraño gen.

Cuídese, y cuídenos la esperanza, que bien sabe usted que aquella persona decente, honrada y cabal que algún desdichado día decidió entrar en política, puso su vida en el pretil de una profunda y pestilente zahúrda. Y el que no resbaló está a punto.

Cuídese, y cuídenos de todos esos que hemos tenido ocasión de conocer alguna vez en la política más cercana: si fue amigo antes que concejal, todavía conservará un poco de cortesía en el trato cuando la ocasión lo requiera. Pero a medida que pase el tiempo y se arraigue en el poder o promociones a cotas superiores, la displicencia llegará a convertirse en desdén e indiferencia. Por supuesto, que cuanto más alto, más vanidoso, más engreído y más insufrible.

Sus logros en el escalafón político les sirven de ostentación entre sus amistades. Ser más, mandar más que sus compadres es el objetivo. No se preocuparán de vivir junto a la clase trabajadora, junto al pueblo sencillo, junto a la gente amiga. Jamás bajarán para mezclarse con los que han de servir. ¡Qué va! Están empeñados, de siempre, en presumir ante los de chalet a pie de playa, Mercedes y empresa propia. Los demás, los del mono, costo y casco azul, no engordan su ego. Pero claro, ni sus urnas.

Estaba pensando en un divo llamado Alberto Ruiz Gallardón, que para muestra un botón. O, en una deidad de apellido Arenas, que poco antes de las últimas elecciones autonómicas, dio orden de que todo el mundo de su entorno, lo llamara Javier. (Por lo del acercamiento informal) --¿Javié?, ¿Quién es Javié?... ¡Ah!, sí, el terrateniente de Olvera. Dijo un buen hombre convencido.

Saludos y gracias a todos.