EJEMPLO: EL HERMANO FULGENCIO
ANDRÉS
En fila de dos en dos acudíamos
todos los domingos a misa. Una serpentina de críos unía el colegio de la Salle
con la vecina Parroquia de San Joaquín. Y en esta entrañable iglesia, muchos años
después, algunos de aquellos niños nos volvimos a reunir. Esta vez, en oración
por el alma del Hermano Fulgencio Andrés y, como brisa de aire dulce, como haz
de luz que se colara a través de las celosías, la misma alegría infantil de
aquellos años se apoderó de nuestro ser, quizá porque el grato recuerdo de
entonces, irá siempre acompañado de la figura de este hombre bueno; quizá
porque el Hermano director, desde el cielo, entre acordes de su viejo armonio,
como siempre hizo, nos sigue infundiendo el mismo ánimo de bondad y paz
interior. Quizá porque el agradecimiento sólo se puede dar desde un corazón
feliz. Felicidad y gratitud que se siente al saberse marcado con el estigma de
una educación maravillosa, recibida a manos de Fulgencio y de toda una
Congregación entregada, por encima de todo, a la forja de hombres.


Hace ya bastantes años escribí
estas líneas en un intento de agradecer al Hermano Blas García Mena (Hno.
Fulgencio Andrés) en particular y a la comunidad de Hermanos de la Salle, en
general, su impagable labor como maestros de escuela.
Díganme: ¿Tiene la juventud de
hoy el mismo sentimiento de agradecimiento por sus educadores?
Saludos y gracias por su atención.