Da igual, pueden haber llegado
en globo o en cayuco, jugándose la vida entre las ballestas de un camión o en
el Renault de su primo. Lo cierto es que huyen de sus tierras, de su hambre y
de sus miserias, del erial que nunca regaron. Y una vez alcanzada otras
patrias, otros lugares, anclan sus tiendas de lona, de esa vieja y podrida lona
que cobija antes al hombre que a su madre, que guarda en su milenaria historia
la esclavitud como virtud.
Y pronto son poblado que pisan y
escupen sobre la libertad que los amparó. Y pronto avisan y advierten que su
dios no admite infieles vivos. Y pronto convertirán el vergel que encontraron
en páramo quemado, en estepa de la que volver a huir.
Podremos ver como el Guadalete
vuelve a llegar hasta Oviedo, y podremos ver que ochocientos años no es nada
que febril… Que jamás entenderán --¡maldita sea!—que sólo se llega a Dios por
la libertad; que entre el pozo del oasis y el grifo que mana agua limpia clara
y fresca donde quieras que vayas, han pasado siglos de sangre y lágrimas. De
esfuerzo y entendimiento. De respeto y trabajo. De paz y del deseo de tenerla
en hermandad. Que la libertad es nuestra meta y el amor nuestra causa.
Mañana podemos ver por todos los
pueblos de España a un Muetcin sobre su hermoso Minarete llamando a oración.
Podemos ver la Media Luna en los balcones de nuestros ayuntamientos. Podemos
ver como se entregan las niñas con el clítoris extirpado a los sátrapas del
lugar. O no. Ya veremos…
Saludos y gracias por su atención.
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